Por Laura Isanta
La adaptación es una cualidad que nos permite a los seres humanos ajustarnos rápidamente y de manera efectiva a nuevas situaciones. Esta capacidad le ha sido muy útil al hombre para poder llegar hasta nuestros días; de no haber sido por ella la angustia y el estrés que habría tenido frente a los acontecimientos de la evolución humana hubieran puesto en jaque a nuestra supervivencia. Esta capacidad nos protege de sucumbir ante las adversidades de la vida y es uno de los dones que componen lo que Gilbert y Wilson denominan “sistema inmunológico psicológico”. Aunque a veces nos cueste creerlo, somos muy hábiles al momento de utilizar estrategias para protegernos de las consecuencias de las experiencias negativas y de los infortunios de la vida.
La Adaptación Hedonista
Esa capacidad adaptativa frente a lo malo tiene su reverso, ya que también nos adaptamos a lo bueno. La adaptación hedonista, como se la conoce en psicología, es en parte lo que ha llevado al hombre al cambio y el crecimiento. Sin ella, probablemente mucho de nuestro desarrollo personal y social no habría ocurrido.
Su objetivo es despertar el deseo de cosas nuevas y motivarnos a avanzar hacia horizontes desconocidos, haciendo que lo ya conseguido deje de provocarnos la excitación y alegría del primer momento y que desviemos nuestra mirada hacia objetivos no explorados.
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Esta beneficiosa capacidad tiene una contracara: es también la responsable de mucha de nuestra insatisfacción e infelicidad. La adaptación hedonista hace que las cosas valiosas de nuestra vida queden desdibujadas y las percibamos como obvias por habernos acostumbrados a ellas.
Apreciar y Valorar
Sonja Lyubomirsky, una de las grandes investigadoras sobre la felicidad, plantea que los cambios positivos traen consigo emociones como la alegría y el orgullo, pero estos sentimientos asociados a ese cambio van disminuyendo con el paso del tiempo. Si se mantienen, presentan otro inconveniente, y es que comenzamos a verlos como “normales” y ya no nos parecen tan asombrosos. La abundancia de lo bueno y su larga permanencia genera adaptación. Es como el agua en un licuado, en cierta medida refresca y realza el sabor de la fruta, pero si tiene demasiada agua, sabe a “lavado” y diluye el gusto intenso de la fruta. Esto es precisamente lo que las practicas apreciativas hacen, evitan que esta cualidad que cumple un rol muy importante para nuestro crecimiento se torne disfuncional y nos vaya quitando el sabor de la vida.
Cuando perdemos la capacidad de apreciar y valorar todo aquello que vemos como “normal” tendemos a estar buscando en lugares equivocados y a un costo muy alto lo extraordinario y en verdad, pocas veces nos damos cuenta que aquello que estamos buscando por otros lados está oculto en la magia de lo ordinario y lo cotidiano. Lo bueno suele estar en el agua tibia corriendo por nuestro cuerpo en la mañana, en la taza de café humeante y en la tostada crujiente de la merienda, en el abrigo de lana suave, en la tableta de chocolate que comemos mientras miramos nuestro programa favorito, en el vino compartido con amigos, en la luz que alumbra nuestro jardín, en la sonrisa de nuestros hijos.
No debemos dejar que la adaptación hedonista nos robe la alegría de estas bondades y privilegios. Solemos ponerle “demasiada agua” a estas cosas y generalmente ello nos va haciendo perder el gusto intenso de la vida.
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