Existe un software polémico que sigue liderando el mercado. Fue importado del Reino de Inglaterra en el siglo XVI. Es el padre de todos los programas. La mismísima Matrix. Estoy hablando del sistema operativo que ha trazado la ruta del amor romántico, a unas cuantas generaciones de nuestra especie. Su nombre es “Romeo & Julieta”.
Su desarrollador, Shakespeare, poca noción tenía en ese entonces, del impacto que sus algoritmos tendrían en el futuro. La idea del amor como sinónimo de dos amantes desventurados que eligen el suicidio antes que vivir separados, sigue transmitiéndose en la información genética de nuestras células.
Ya que he decidido ser una persona responsable, hablaré en primera persona, pues me hago cargo de que este es mi propio mambo.
¿Qué no hice en nombre del amor?
Bueno, déjenme decirles que, en un pasado no muy lejano, un monstruo mutante devoró parte de mi neocórtex (el área más evolucionada del cerebro humano). Quedé incapacitada para procesar funciones ejecutivas y producir razonamientos complejos. En aquel entonces, actuaba por impulso y no sabía cómo atender mis emociones.
Después de vivir algunas relaciones frustrantes y cinco o seis años de psicoterapia, entendí que decir que muero de amor por “X”, no tiene nada de novelesco. Seguramente, si eso sucediera, sería víctima de un caso más de violencia de género. Y si él muere por mí, la protagonista de un capítulo de “Mujeres asesinas”. ¡Brrrrr! Miedito…
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La muerte en vida.
Pero sin llegar tan lejos, existen otras alternativas de muerte que he experimentado, mucho más cotidianas, aunque igual de trágicas, ya que pueden implicar vivir anestesiada. Eso sí, al lado del ser amado. Hablo del sometimiento a la rutina que transforma el tiempo en un devenir sinsentido; de la invasión de los espacios personales de intimidad, que se da en el afán de creerme la media naranja de otro, lo cual, les aseguro, es un mito (1). Hablo del mayor enemigo de la libertad que es el apego; de aceptar condiciones que no quiero aceptar por miedo a quedarme sola y en silencio; de adecuar mi forma de ser para que encaje con lo que creo que el otro espera de mí y pretender que el otro haga lo mismo. O de idealizar al punto tal de no relacionarme con un ser real sino con uno inventado. Y decepcionarme cuando el de carne y hueso no le llega ni a los talones al que yo imaginé.
Entonces, hace ya un par de años que me viene a la cabeza la pregunta…
¿Qué es el amor?
Mi definición de amor romántico, hasta hoy lunes 16 de marzo de 2020, a las 9:30 hs. es la siguiente:
El amor es una energía que fluye de mi interior, proviene de creer en mí, confiar en mí y aceptarme con mis luces y mis sombras. Por eso, en principio, el amor es propio. Cuando se ama, esa energía se expande y puede abrazar la energía de otro. El amor une los cuerpos, potencia las mentes y eleva las almas. No es un sentimiento, es la decisión consciente de brindarme a ese otro; respetar su libertad y los compromisos que establezcamos de común acuerdo. En el amor hay voluntad, no necesidad.
Solo por curiosidad, busquen la definición de amor (2) según la Real Academia Española y compárenla. In your face, RAE!
Cabe aclarar que, como estoy en permanente construcción, puedo cambiar drásticamente de opinión en cuestión de horas.
Amor de peces.
Hace un tiempo atrás, encontré un video en Facebook. Es de un judío mayor, rabino (creo), de larga barba blanca. Cada tanto vuelvo a verlo, ya que me costó entenderlo. El tipo cuenta una historia que dice más o menos así:
Un sabio le preguntó a un pescador:
- Joven ¿por qué estás comiendo ese pescando? El pescador le respondió:
- Porque amo el pescado. Y el sabio le dijo:
- ¿Y por eso lo has sacado del agua, matado y cocinado? No me digas que amas al pescado, tú te amas a ti mismo, y como el pescado te sabe bien, lo sacaste del agua, lo mataste y cocinaste.
Los siguientes dos párrafos son puro parafraseo de lo que dijo el rabino, pero me gusta cómo queda así:
Lo que para algunos es amor, para mí es amor de peces. Por ejemplo: Un hombre y una mujer se enamoran. ¿Qué significa eso? Significa que él vio en ella a una persona que puede satisfacer todas sus necesidades físicas y emocionales. Y ella vio en él a alguien que le puede escribir y contestar los what´s app. Ambos, están atendiendo sus propios intereses. Eso no es amor por el otro, porque el otro se convierte en un medio de mi propia satisfacción.
Un amor externo, no está en lo que voy a recibir, si no en lo que voy a dar. No se trata de dar a aquellos a quienes amo. Muy por el contrario, amo a quienes les doy. Si te doy algo, he invertido algo de mí en vos. Mi amor propio es dado y hay una parte de mí en vos que yo amo.
Distinguir para elegir.
Lo bueno de cuestionar esta vieja creencia del amor Shakespeariano, es que me permite expandir mis experiencias. Sé que puedo ir adaptando y cambiando mi propia opinión sobre el amor de manera que me sirva para aprender, crecer y avanzar. También me permite decidir a quién brindar amor en una medida equilibrada, es decir sin afectar mi cuota personal. Recién ahora comprendo esa trillada frase de revista: “Si no te amás a vos misma, no podés amar a nadie más”. ¡Claro! ¿Cómo podría dar algo que no tengo?
Esto me lleva a pensar que el sentido de la vida es algo más extraordinario que encontrar a una supuesta mitad que me falta y vivir a su lado para siempre. ¿Qué pasa si no la encuentro? ¿Qué tal si no existe? ¿Cómo evito el sufrimiento en un mundo que por defecto está predeterminado para creer, pensar y sentir que necesito que alguien me complete?
Sobran las personas que, programadas por el Sistema “Romeo & Julieta”, me auguran cariñosos deseos del tipo “ojalá que en esta fiesta conozcas al amor de tu vida”, o “quiero que consigas un buen hombre, que sea profesional, que esté a tu nivel”. Yo sonrío sin decir nada, pero mi voz interior me recuerda: Tranquila… sos un ser completo.
(1) El mito de las medias naranjas:
El origen del mito de la media naranja lo tenemos que buscar en Platón y su obra El banquete. En ella, Platón mostraba las enseñanzas de Aristófanes, quien explicaba cómo al principio la raza humana era casi perfecta: Todos los hombres tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunía estos dos semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación, y todo lo demás en esta misma proporción. Estos seres podían ser de tres clases: uno, compuesto de hombre y hombre; otro, de mujer y mujer; y un tercero, de hombre y mujer, llamado andrógino. Cuenta Aristófanes que los cuerpos eran robustos y vigorosos y de corazón animoso y por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo y combatir con los dioses. Y ante aquella osadía, Júpiter, que no quería reducir a la nada a los hombres, encontró la solución, un medio de conservar a los hombres y hacerlos más circunspectos, disminuir sus fuerzas: separarlos en dos. El problema surgió después: Hecha esta división, cada mitad hacía esfuerzos para encontrar la otra mitad de que había sido separada; y cuando se encontraban ambas, se abrazaban y se unían, llevadas del deseo de entrar en su antigua unidad, con ardor tal que, abrazadas, perecían de hambre e inacción, no queriendo hacer nada la una sin la otra.
(2) Amor (Definición de la Real Academia Española).
1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
2. m. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
Y vos… Te preguntaste alguna vez qué es el amor?
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